Acatisto al Santo Arcángel Miguel, Príncipe de la Milicia Celestial

Kon­ta­kion 1

Capi­tán ele­gi­do de las hues­tes ce­les­tia­les y so­co­rro del gé­ne­ro hu­mano, no­so­tros, que somos li­bra­dos por ti de las tri­bu­la­cio­nes te ofre­ce­mos este himno de ac­ción de gra­cias y pues­to que estás ante el trono del Rey de la glo­ria, lí­bra­nos de todas las aflic­cio­nes para que po­da­mos acla­mar­te con fe y amor di­cien­do:

¡Alé­gra­te con las hues­tes del cielo, oh gran Ar­chi­es­tra­te­ga Mi­guel!

Ikos 1

Es justo ala­bar­te con la len­gua de los án­ge­les, oh San Mi­guel, tú, el pri­me­ro entre los coros exal­ta­dos de los án­ge­les. Pero hasta que por ti apren­da­mos a ha­blar como los po­de­res in­cor­po­ra­les, es­cu­cha de nues­tros la­bios hu­ma­nos, aun­que agra­de­ci­dos, estas ala­ban­zas:

Alé­gra­te, pri­me­ra es­tre­lla crea­da del mundo. Alé­gra­te, lám­pa­ra de la ver­dad y la jus­ti­cia que bri­lla como el oro. Alé­gra­te, pri­me­ro entre los coros an­gé­li­cos en re­ci­bir los rayos de la luz in­crea­da. Alé­gra­te, prín­ci­pe de los án­ge­les y los ar­cán­ge­les. Alé­gra­te, tú, en quien res­plan­de­ce la glo­ria de la dies­tra del Crea­dor. Alé­gra­te, pues por ti, las asam­bleas de los seres in­cor­po­ra­les se vuel­ve her­mo­sa.

¡Alé­gra­te con las hues­tes del cielo, oh gran Ar­chi­es­tra­te­ga Mi­guel!

Kon­ta­kion 2

Con­tem­plan­do el es­plen­dor de tu be­lle­za es­pi­ri­tual y el poder de tu mano dies­tra, oh ar­cán­gel de Dios, no­so­tros, como cria­tu­ras te­rres­tres atra­pa­das en la carne de esta tie­rra, nos lle­na­mos de ma­ra­vi­lla, jú­bi­lo y gra­ti­tud hacia el Crea­dor de todos, ex­cla­man­do con todos los po­de­res ce­les­tia­les: ¡Ale­lu­ya!

Ikos 2

Oh ma­ra­vi­llo­so San Mi­guel, jefe de las hues­tes ce­les­tia­les, pide para no­so­tros un en­ten­di­mien­to claro, libre de pa­sio­nes, para que ele­ván­do­nos en es­pí­ri­tu de lo te­rre­nal a lo ce­les­tial, po­da­mos can­tar así este himno de ala­ban­za:

Alé­gra­te, tú que eres el más pró­xi­mo con­tem­pla­dor de la inefa­ble be­lle­za y bon­dad de Dios. Alé­gra­te, cer­cano par­ti­ci­pan­te en los mis­te­rios de los bon­da­do­sos con­se­jos de la Tri­ni­dad. Alé­gra­te, cum­pli­mien­to fiel de los jui­cios pre-eter­nos de la Tri­ni­dad. Alé­gra­te, tú a quien las hues­tes ce­les­tia­les ad­mi­ran con amor. Alé­gra­te, tú, a quien glo­ri­fi­can con fe los que viven en la tie­rra. Alé­gra­te, tú, ante quien tiem­blan los po­de­res del in­fierno.

¡Alé­gra­te con las hues­tes del cielo, oh gran Ar­chi­es­tra­te­ga Mi­guel!

Kon­ta­kion 3

Oh Ar­cán­gel San Mi­guel, ma­ni­fies­tas en ti el in­ven­ci­ble poder del celo por la glo­ria de Dios. Y es­tan­do al fren­te de los coros de los án­ge­les re­sis­tis­te al or­gu­llo­so lu­ci­fer, la es­tre­lla diur­na, y ex­ha­la­dor del mal, oh San Mi­guel, y cuan­do este y sus ne­gros sier­vos fue­ron pre­ci­pi­ta­dos desde lo alto del cielo a las re­gio­nes in­fe­rio­res, las hues­tes de los cie­los que tu con­du­cías glo­rio­sa­men­te ex­cla­ma­ron con jú­bi­lo y a una sola voz ante el trono de Dios: ¡Ale­lu­ya!

Ikos 3

Todo el pue­blo cris­tiano te con­si­de­ra, oh San Mi­guel, como un gran so­co­rro y una ayuda mi­la­gro­sa en la lucha con­tra el ad­ver­sa­rio. Por eso, que­rien­do ser so­co­rri­dos por tu ma­ra­vi­llo­sa pro­tec­ción, te de­ci­mos en el día so­lem­ne de tu fies­ta:

Alé­gra­te, tú, por quien Sa­ta­nás fue pre­ci­pi­ta­do como el rayo desde el cielo. Alé­gra­te, tú, por quien la hu­ma­ni­dad pre­ser­va­da as­cien­de al cielo. Alé­gra­te, ma­ra­vi­llo­so or­na­men­to del mundo de lo alto. Alé­gra­te, glo­rio­so de­fen­sor del mundo caído aquí en la tie­rra. Alé­gra­te, tú que no fuis­te ven­ci­do por el poder del ma­ligno. Alé­gra­te, pues fuis­te es­ta­ble­ci­do para siem­pre, por la gra­cia di­vi­na en la ver­dad y la jus­ti­cia con todos los án­ge­les de Dios.

¡Alé­gra­te con las hues­tes del cielo, oh gran Ar­chi­es­tra­te­ga Mi­guel!

Kon­ta­kion 4

Oh Ca­pi­tán de los án­ge­les, lí­bra­nos de la tem­pes­tad de las ten­ta­cio­nes y de las prue­bas a los que ce­le­bra­mos tu lu­mi­no­sa fies­ta con amor y jú­bi­lo, pues eres un gran so­co­rro en la des­gra­cia, un pro­tec­tor y una ayuda con­tra los malos es­pí­ri­tus en la hora de la muer­te, para todos los que ex­cla­man a nues­tro Señor Dios y a nues­tra Se­ño­ra: ¡Ale­lu­ya!

Ikos 4

Con­tem­plan­do tu au­da­cia con­tra las le­gio­nes del ma­ligno, todas las hues­tes an­gé­li­cas te si­guie­ron ju­bi­lo­sa­men­te en la ba­ta­lla por el Nom­bre y la Glo­ria de su Maes­tro, di­cien­do: ¿Quién es como nues­tro Dios? Y no­so­tros, vien­do al ma­ligno pi­so­tea­do bajo tus pies, te cla­ma­mos como ven­ce­dor:

Alé­gra­te, tú, por quien la paz y la tran­qui­li­dad re­gre­sa­ron al cielo. Alé­gra­te, tú, por quien el es­pí­ri­tus del ma­ligno fue pre­ci­pi­ta­do hasta el in­fierno. Alé­gra­te, tú, que di­ri­ges a las hues­tes an­gé­li­cas y a los po­de­res del mundo in­vi­si­ble hacia la des­truc­ción del ma­ligno. Alé­gra­te, tú, que cal­mas in­vi­si­ble­men­te la lucha y la agi­ta­ción de los ele­men­tos del mundo vi­si­ble. Alé­gra­te, ma­ra­vi­llo­so de­fen­sor de los que lu­chan con­tra los es­pí­ri­tus del ma­ligno. Alé­gra­te, ayuda fuer­te de los que son ase­dia­dos por las ten­ta­cio­nes y los pe­li­gros del mundo.

¡Alé­gra­te con las hues­tes del cielo, oh gran Ar­chi­es­tra­te­ga Mi­guel!

Kon­ta­kion 5

Apa­re­cis­te en la Igle­sia de Conae (Co­lo­sas) como una fuen­te de la que manan di­vi­na­men­te gran­des mi­la­gros, pues no so­la­men­te la gran y te­rri­ble ser­pien­te que per­ma­ne­cía en este lugar fue des­trui­da por tu poder, sino que sur­gió agua de las rocas para sanar todas las en­fer­me­da­des del cuer­po, a fin de que todos pu­die­ran ex­cla­mar con fe al Maes­tro de los án­ge­les que te glo­ri­fi­can: ¡Ale­lu­ya!

Ikos 5

Escu­chan­do y sa­bien­do que tú eres una gran lu­mi­na­ria ra­dian­te de luz entre los coros an­gé­li­cos, oh ma­ra­vi­llo­so San Mi­guel, acu­di­mos a ti des­pués de a Dios y su Pu­rí­si­ma Madre. Por los rayos de tu luz ilu­mi­na a los que ex­cla­ma­mos a ti:

Alé­gra­te, me­dia­dor exal­ta­do de la ley que fue dada por la mano de Moi­sés en el Sinaí. Alé­gra­te, tú, en quien los jue­ces y guías de Is­rael en­con­tra­ron fuer­za y pro­tec­ción. Alé­gra­te, tú, por quien los pro­fe­tas y los gran­des sa­cer­do­tes de los ju­díos re­ci­bie­ron el don del co­no­ci­mien­to del Dios om­nis­cien­te. Alé­gra­te, tú que dotas de una se­cre­ta sa­bi­du­ría a los le­gis­la­do­res que tie­nen temor de Dios. Alé­gra­te, tú, que pones el bien y la mi­se­ri­cor­dia en el co­ra­zón de los que ad­mi­nis­tran la jus­ti­cia y la rec­ti­tud.

¡Alé­gra­te con las hues­tes del cielo, oh gran Ar­chi­es­tra­te­ga Mi­guel!

Kon­ta­kion 6

Anun­cias­te de an­te­mano los jui­cios de Dios cuan­do, en los días an­ti­guos, por tu vi­sión, Manué fue ase­dia­do por el temor y la per­ple­ji­dad, pen­san­do que ya no vi­vi­ría más en esta tie­rra. Pero ad­ver­ti­do por su es­po­sa de la be­nig­ni­dad de tu apa­ri­ción y la dul­zu­ra de tus pa­la­bras y ale­gre pues debía nacer su hijo San­són según tu pa­la­bra, ex­cla­mó con re­co­no­ci­mien­to a Dios: ¡Ale­lu­ya!

Ikos 6

Con glo­ria bri­llas­te ma­ra­vi­llo­sa­men­te, oh San Mi­guel, cuan­do te si­tuas­te ante Josué, hijo de Nun, con apa­rien­cia de hom­bre, di­cien­do: "Desata la san­da­lia de tu pie. Yo soy el jefe su­pre­mo de las hues­tes del Señor". Ma­ra­vi­lla­dos por tal apa­ri­ción te can­ta­mos:

Alé­gra­te, guar­dián vi­gi­lan­te de los lí­de­res, re­gen­tes y go­ber­nan­tes. Alé­gra­te, fuer­te im­pe­di­men­to de los que se opo­nen a la au­to­ri­dad como opo­nién­do­se al man­da­to di­vino. Alé­gra­te, tú que apa­ci­guas la agi­ta­ción del pue­blo. Alé­gra­te, des­truc­tor in­vi­si­ble de las cos­tum­bres ma­lig­nas. Alé­gra­te, pues a la hora de la do­lo­ro­sa per­ple­ji­dad tu ilu­mi­nas a los que dudan. Alé­gra­te, pues li­bras a los que son pro­ba­dos con alu­ci­na­cio­nes fu­nes­tas.

¡Alé­gra­te con las hues­tes del cielo, oh gran Ar­chi­es­tra­te­ga Mi­guel!

Kon­ta­kion 7

El Maes­tro de todos, desean­do mos­trar­nos que la suer­te de los hijos de los hom­bres no es ac­ci­den­tal, sino que está siem­pre en Su dies­tra, te en­tre­gó a los reinos de la tie­rra como ayuda y pro­tec­ción para que pu­die­ses pre­pa­rar a las tri­bus y a las na­cio­nes para el eterno Reino de Dios. Por eso, cons­cien­tes de tu gran mi­nis­te­rio por la sal­va­ción de la hu­ma­ni­dad, ex­cla­ma­mos con ac­cio­nes de gra­cias a Dios: ¡Ale­lu­ya!

Ikos 7

El Maes­tro y Crea­dor de todas las ma­ra­vi­llas nos mos­tró por ti un nuevo mi­la­gro en la tie­rra, oh su­pre­mo Ar­chi­es­tra­te­ga, cuan­do sal­vas­te el tem­plo de­di­ca­do a tu nom­bre de la inun­da­ción de las aguas del río, or­de­nan­do a las olas del to­rren­te que fue­ran ab­sor­bi­das por la tie­rra. Vien­do esto el bie­na­ven­tu­ra­do Ar­qui­po y sus hijos es­pi­ri­tua­les, ex­cla­ma­ron con gra­ti­tud hacia ti:

Alé­gra­te, mu­ra­lla in­des­truc­ti­ble de la Santa Igle­sia de Dios. Alé­gra­te, tú, a quien los ele­men­tos se so­me­ten. Alé­gra­te, tú, por quien fra­ca­san todos los ar­di­des del ma­ligno. Alé­gra­te, tú que tra­jis­te el jú­bi­lo a los fie­les desde el trono del To­do­po­de­ro­so Dios. Alé­gra­te, tú que con­du­ces a los in­cré­du­los al sen­de­ro de la rec­ti­tud y la ver­dad.

¡Alé­gra­te con las hues­tes del cielo, oh gran Ar­chi­es­tra­te­ga Mi­guel!

Kon­ta­kion 8

Haba­cuc, el pro­fe­ta, vio un ex­tra­ño mi­la­gro de tu poder, cuan­do por un man­da­to de Dios tú lo tras­la­das­te vi­va­men­te de Judea a Ba­bi­lo­nia, a fin de que pu­die­se ali­men­tar a Da­niel que es­ta­ba pri­sio­ne­ro en el foso de los leo­nes. Por eso, ma­ra­vi­lla­do ante la ma­ni­fes­ta­ción de tu poder, ex­cla­mó con fe: ¡Ale­lu­ya!

Ikos 8

Aunque tú siem­pre estás en lo alto ante el trono del Rey de la glo­ria, oh San Mi­guel, no estás ale­ja­do de los que están en la tie­rra, com­ba­tien­do siem­pre con­tra los enemi­gos de la sal­va­ción de la hu­ma­ni­dad. Por eso, todos los que quie­ren al­can­zar la pa­tria ce­les­tial desea­da ar­dien­te­men­te te ex­cla­man:

Alé­gra­te, líder del himno an­gé­li­co tres veces santo. Alé­gra­te, in­ter­ce­sor y pro­tec­tor siem­pre pres­to de los que están en la tie­rra. Alé­gra­te, tú que de­rri­bas­te de forma ma­ra­vi­llo­sa al or­gu­llo­so fa­raón y a los in­cré­du­los egip­cios. Alé­gra­te, tú que guia­se glo­rio­sa­men­te a los ju­díos en su ca­mino por el de­sier­to. Alé­gra­te, pues por ti se apa­ga­ron las lla­mas del horno de Ba­bi­lo­nia para los tres jó­ve­nes.

¡Alé­gra­te con las hues­tes del cielo, oh gran Ar­chi­es­tra­te­ga Mi­guel!

Kon­ta­kion 9

Todos los mon­jes de la santa mon­ta­ña del Athos fue­ron so­bre­co­gi­dos por un tem­blo­ro­so jú­bi­lo vien­do que tú sal­vas­te al joven hom­bre te­me­ro­so de Dios que había sido pre­ci­pi­ta­do en las pro­fun­di­da­des del mar con una pie­dra atada al cue­llo por hom­bres im­píos y ava­ri­cio­sos. Por eso, el mo­nas­te­rio que lo aco­gió fue ador­na­do con tu nom­bre, oh San Mi­guel, y ex­cla­ma con ac­cio­nes de gra­cias a Dios: ¡Ale­lu­ya!

Ikos 9

Las pa­la­bras de los sa­bios y los pen­sa­mien­tos de los fi­ló­so­fos no bas­tan para re­la­tar tu poder, oh San Mi­guel, y cómo en una noche aba­tis­te a cien­to ochen­ta mil gue­rre­ros de Se­na­que­rib, rey de Siria, para que apren­die­ra en ade­lan­te a no blas­fe­mar con­tra el Nom­bre del Señor. Y no­so­tros, hon­ran­do tu celo santo por la glo­ria del ver­da­de­ro Dios, te cla­ma­mos con jú­bi­lo:

Alé­gra­te, in­ven­ci­ble ar­chi­es­tra­te­ga de las hues­tes or­to­do­xas. Alé­gra­te, temor y ruina de las fuer­zas de los im­píos. Alé­gra­te, pues es­ta­ble­ces la fe or­to­do­xa y la ado­ra­ción de Dios. Alé­gra­te, pues des­en­raí­zas las he­re­jías y los cis­mas per­ju­di­cia­les para el alma. Alé­gra­te, pues re­afir­mas­te a los pia­do­sos ma­ca­beos en el campo de ba­ta­lla. Alé­gra­te, pues aba­tis­te en el tem­plo a He­lio­do­ro, el ca­pi­tán del ma­ligno rey An­tío­co.

¡Alé­gra­te con las hues­tes del cielo, oh gran Ar­chi­es­tra­te­ga Mi­guel!

Kon­ta­kion 10

Sé una firme ayuda para los que que­re­mos ser sal­va­dos, oh su­pre­mo ar­chi­es­tra­te­ga de Dios, y li­bé­ra­nos y pre­sér­va­nos de las prue­bas y las ten­ta­cio­nes, y más aún de nues­tros ma­lig­nos há­bi­tos y de nues­tros pe­ca­dos, para que cre­cien­do en la fe, es­pe­ran­za y amor a Dios, po­da­mos ex­cla­mar al Maes­tro de los án­ge­les y los hom­bres por tu po­de­ro­sa de­fen­sa: ¡Ale­lu­ya!

Ikos 10

Eres una mu­ra­lla para los cre­yen­tes y una co­lum­na firme en nues­tras ba­ta­llas con­tra el enemi­go vi­si­ble e in­vi­si­ble, oh su­pre­mo ar­chi­es­tra­te­ga de Dios. Por eso, te cla­ma­mos con un co­ra­zón y unos la­bios agra­de­ci­dos:

Alé­gra­te, ad­ver­sa­rio in­ven­ci­ble de los enemi­gos de la fe y de los ad­ver­sa­rios de la Santa Igle­sia. Alé­gra­te, in­fa­ti­ga­ble com­pa­ñe­ro de los hu­mil­des pre­di­ca­do­res del Evan­ge­lio. Alé­gra­te, pues ilu­mi­nas con la luz de la fe en Cris­to a los que es­ta­ban atra­pa­dos por las ti­nie­blas de la im­pie­dad. Alé­gra­te, pues guías a los que es­ta­ban locos por la falsa sa­bi­du­ría al ca­mino de la ver­dad y del arre­pen­ti­mien­to. Alé­gra­te, jus­ti­cie­ro te­mi­ble de los que juran en vano con­tra el Nom­bre de Dios. Alé­gra­te, pues cas­ti­gas con el rayo a los que se bur­lan lo­ca­men­te de los mis­te­rios de la Santa Fe.

¡Alé­gra­te con las hues­tes del cielo, oh gran Ar­chi­es­tra­te­ga Mi­guel!

Kon­ta­kion 11

Todos los him­nos son im­po­ten­tes para dar a co­no­cer la mul­ti­tud de tus mi­la­gros que lle­vas a cabo no solo en el cielo y en la tie­rra, sino in­clu­so en las ne­gras som­bras del mundo in­fe­rior, donde atas­te a la ser­pien­te del abis­mo con las ata­du­ras del poder del Señor, oh su­pre­mo ar­chi­es­tra­te­ga de Dios, para que los que son li­bra­dos del ma­ligno pue­dan ben­de­cir al Maes­tro del cielo y de la tie­rra cla­man­do: ¡Ale­lu­ya!

Ikos 11

Oh su­pre­mo ar­chi­es­tra­te­ga, te mos­tras­te ver­da­de­ra­men­te como el sier­vo por­ta­dor de la luz de la ver­dad y de la pu­re­za de la ado­ra­ción a Dios cuan­do, pre­vien­do las ar­gu­cias del es­pí­ri­tu de las ti­nie­blas le prohi­bis­te en el Nom­bre de Dios re­ve­lar el cuer­po ocul­to de Moi­sés, go­ber­nan­te de Is­rael, a fin de que no fuera ado­ra­do por los hijos sen­sua­les de Is­rael. Por eso, hon­ran­do ahora tu asam­blea ra­dian­te, ex­cla­ma­mos con re­co­no­ci­mien­to:

Alé­gra­te, pues en los días del An­ti­guo Tes­ta­men­to pre­ser­vas­te la pu­re­za del co­no­ci­mien­to de Dios entre los ju­díos. Alé­gra­te, pues mu­chas veces des­en­rai­zas­te la em­bria­guez y el error en los días del Nuevo Tes­ta­men­to. Alé­gra­te, des­truc­tor de los pro­fe­tas y de los ído­los de los pa­ga­nos. Alé­gra­te, pues re­afir­mas a los cris­tia­nos que lu­chan y a los que su­fren. Alé­gra­te, pues lle­nas a los dé­bi­les con el poder de la gra­cia de Dios. Alé­gra­te, pues re­vis­tes a los que son dé­bi­les en la carne con la ar­ma­du­ra de la fe.

¡Alé­gra­te con las hues­tes del cielo, oh gran Ar­chi­es­tra­te­ga Mi­guel!

Kon­ta­kion 12

Pide para no­so­tros a Dios la gra­cia del cielo, pues can­ta­mos la glo­ria de tu nom­bre ho­no­ra­bi­lí­si­mo, oh San Mi­guel, a fin de que am­pa­ra­dos bajo tu ayuda po­da­mos vivir con toda pie­dad y pu­re­za hasta el tiem­po en el que, li­bra­dos de las ata­du­ras de la carne, por la muer­te, po­da­mos ver­nos re­com­pen­sa­dos es­tan­do ante el trono ra­dian­te del Rey de la glo­ria y ex­cla­mar con los coros an­gé­li­cos: ¡Ale­lu­ya!

Ikos 12

Can­tan­do con him­nos los múl­ti­ples mi­la­gros cum­pli­dos por nues­tra sal­va­ción, oh San Mi­guel, su­pli­ca­mos al Señor y Maes­tro de todos que el es­pí­ri­tu de celo por la glo­ria de Dios, que es el tuyo, no se en­tur­bie en no­so­tros, que te cla­ma­mos:

Alé­gra­te, pues es­ta­ble­ces di­vi­na­men­te en la gran­de­za del poder a los sier­vos de Dios en tiem­po de ne­ce­si­dad. Alé­gra­te, pues de­rri­bas in­vi­si­ble­men­te a los arro­gan­tes y a los que son in­dig­nos de las al­tu­ras del poder y la glo­ria. Alé­gra­te, pues en el úl­ti­mo día re­uni­rás a los ele­gi­dos de los cua­tro pun­tos de la tie­rra. Alé­gra­te, pues por ti, por un man­da­to de Dios, los pe­ca­do­res serán en­tre­ga­dos como la em­bria­guez al fuego eterno. Alé­gra­te, pues por ti, el ma­ligno y sus án­ge­les serán lan­za­dos por toda la eter­ni­dad en el lago de fuego. Alé­gra­te, pues con­ti­go mo­ra­rán los jus­tos glo­rio­sa­men­te en las mo­ra­das del Padre Eterno.

¡Alé­gra­te con las hues­tes del cielo, oh gran Ar­chi­es­tra­te­ga Mi­guel!

Kon­ta­kion 13

Oh ma­ra­vi­llo­so ca­pi­tán de los ar­cán­ge­les y los án­ge­les, por tu ma­ra­vi­llo­so ser­vi­cio por la sal­va­ción del gé­ne­ro hu­mano, acep­ta los him­nos de ala­ban­za y ac­cio­nes de gra­cias que te ofre­ce­mos, y pues­to que estás re­ves­ti­do con el poder de Dios, pro­té­ge­nos con tus alas in­ma­te­ria­les de todos los enemi­gos vi­si­bles e in­vi­si­bles para que po­da­mos cla­mar siem­pre al Señor, que es glo­ri­fi­ca­do en todo, y que te ha glo­ri­fi­ca­do: ¡Ale­lu­ya, Ale­lu­ya, Ale­lu­ya!

Се́й конда́къ глаго́лется три́жды. Та́же Икосъ 1-й и Конда́къ 1-й

Pri­me­ra ora­ción al Ar­cán­gel San Mi­guel

Oh San Mi­guel, gran ar­cán­gel de Dios, pri­me­ro entre los án­ge­les, tú que estás ante la inefa­ble y tras­cen­den­te Tri­ni­dad, ser­vi­dor y pro­tec­tor del gé­ne­ro hu­mano, que con tus hues­tes aplas­tas­te la ca­be­za del or­gu­llo­so Lu­ci­fer en el cielo, y que cu­bris­te para siem­pre de vergüenza su ma­li­cia y sus de­sig­nios, a ti acu­di­mos con fe y te pe­di­mos con amor que seas un es­cu­do in­des­truc­ti­ble y una mu­ra­lla firme para tu Santa Igle­sia y para nues­tra pa­tria, pro­te­gién­do­las de todos los enemi­gos vi­si­bles e in­vi­si­bles con tu es­pa­da res­plan­de­cien­te. Sé un guía y un ángel guar­dián para nues­tras au­to­ri­da­des ci­vi­les, con­ce­dién­do­les la ilu­mi­na­ción y el poder, el jú­bi­lo y la paz y el con­sue­lo que viene del trono del Rey de Reyes. Sé un go­ber­nan­te y un com­pa­ñe­ro in­ven­ci­ble para nues­tras fuer­zas ar­ma­das, ami­gas de Cris­to, co­ro­nán­do­las de glo­ria y vic­to­ria sobre el enemi­go para que todos los que se opo­nen a no­so­tros sepan que Dios y sus san­tos án­ge­les están con no­so­tros. No nos pri­ves de tu ayuda y asis­ten­cia, pues glo­ri­fi­ca­mos tu santo nom­bre en este día, oh ar­cán­gel de Dios, pues aun­que sea­mos gran­des pe­ca­do­res no que­re­mos pe­re­cer en nues­tras iniqui­da­des, sino vol­ver­nos hacia Dios y ser vi­vi­fi­ca­dos por Él para cum­plir bue­nas obras. Por eso te su­pli­ca­mos que ilu­mi­nes nues­tra in­te­li­gen­cia con la luz del Ros­tro de Dios que bri­lla siem­pre fren­te a ti como el rayo, para que po­da­mos com­pren­der que la vo­lun­tad de Dios es para no­so­tros buena y per­fec­ta y para que se­pa­mos lo que de­be­mos hacer y lo que de­be­mos des­de­ñar y huir. Por la gra­cia del Señor da fuer­za a nues­tra débil vo­lun­tad para que, re­afir­ma­dos en la Ley del Señor, po­da­mos así dejar de ser sa­cu­di­dos por los pen­sa­mien­tos te­rres­tres y por los com­ba­tes de la carne, que de­je­mos de ser dis­traí­dos como los niños sin razón por las be­lle­zas pe­re­ce­de­ras de este mundo, ol­vi­dan­do en nues­tra lo­cu­ra las cosas eter­nas y ce­les­tia­les, por amor a lo que es co­rrup­ti­ble y te­rres­tre. Y por en­ci­ma de todo pide para no­so­tros un ver­da­de­ro es­pí­ri­tu de arre­pen­ti­mien­to ve­ni­do de lo alto, una tris­te­za en Dios que no sea fin­gi­da y la con­tri­ción por nues­tros pe­ca­dos, a fin de que po­da­mos pasar el nú­me­ro de los días que nos que­dan en esta vida tran­si­to­ria, no en los pla­ce­res de nues­tros sen­ti­dos y en la es­cla­vi­tud de nues­tras pa­sio­nes, sino bo­rran­do más bien por nues­tras lá­gri­mas de fe y con­tri­ción de co­ra­zón, con nues­tros com­ba­tes por la pu­re­za y las san­tas ac­cio­nes de mi­se­ri­cor­dia, las malas ac­cio­nes que hemos lle­va­do a cabo. Y cuan­do se apro­xi­me la hora de nues­tro re­po­so y de nues­tra li­be­ra­ción de las ata­du­ras del cuer­po, oh santo ar­cán­gel de Dios, no nos dejes sin de­fen­sa con­tra los es­pí­ri­tus ma­lig­nos en los lu­ga­res ele­va­dos, es­pí­ri­tus que quie­ren im­pe­dir la as­cen­sión del alma hu­ma­na al cielo. Que, pro­te­gi­dos por ti, al­can­ce­mos sin tra­bas las glo­rio­sas mo­ra­das del Pa­raí­so, donde no hay pena ni sus­pi­ros, sino la Vida Eter­na, y que nos sea con­ce­di­do el con­tem­plar el Ros­tro ra­dian­te de nues­tro Maes­tro Be­ne­fac­tor y Señor, y ren­dir­le glo­ria junto con el Padre y el Es­pí­ri­tu Santo, por los si­glos de los si­glos. Amén.

Se­gun­da ora­ción al Ar­cán­gel San Mi­guel

Oh santo ar­cán­gel Mi­guel, jefe lu­mi­no­so y te­rri­ble del Rey ce­les­te. Li­bé­ra­me antes del te­mi­ble jui­cio, para que me arre­pien­ta de mis pe­ca­dos. Libra mi alma de las tram­pas de sus per­se­gui­do­res, y con­dú­ce­la hacia el Dios que la creó, Él, que se sien­ta sobre los que­ru­bi­nes, y ora por ella con ardor, para que por tu in­ter­ce­sión la es­ta­blez­ca en un lugar de quie­tud, oh te­mi­ble ar­chi­es­tra­te­ga de las hues­tes ce­les­tia­les, in­ter­ce­sor por no­so­tros ante el trono de Cris­to, nues­tro Maes­tro. Pro­tec­tor se­gu­ro de los hom­bres, gue­rre­ro vivo, po­de­ro­so jefe del Rey ce­les­tial, ten pie­dad de mi pe­ca­dor, que ne­ce­si­to de tu ayuda. Pro­té­ge­me de todos los enemi­gos vi­si­bles e in­vi­si­bles y más aún, for­ti­fí­ca­me con­tra el miedo a la muer­te y con­tra la tur­ba­ción de los de­mo­nios, y con­cé­de­me pre­sen­tar­me sin vergüenza en la hora de tu te­mi­ble y justo jui­cio, oh gran ar­chi­es­tra­te­ga y san­tí­si­mo Mi­guel. No des­de­ñes al pe­ca­dor que te su­pli­ca que le con­ce­das tu ayuda en este mundo y en el ve­ni­de­ro, mas con­cé­de­me glo­ri­fi­car con­ti­go al Padre, al Hijo y al Es­pí­ri­tu Santo, ahora y siem­pre y por los si­glos de los si­glos. Amén.

Ter­ce­ra ora­ción al Ar­cán­gel San Mi­guel

San Mi­guel, ar­chi­es­tra­te­ga del Señor, viva pre­sen­cia de la pro­tec­ción di­vi­na, mu­ra­lla ce­les­te in­vi­si­ble y per­fec­ta en el tiem­po de la ad­ver­si­dad. Tú que siem­pre com­ba­tis­te el buen com­ba­te, ven a nues­tro lado en la lucha que lle­va­mos por so­bre­vi­vir, en este mundo en el que Dios ya no tiene el pri­mer lugar. Apoya nues­tra de­bi­li­dad y sé nues­tra po­de­ro­sa pro­tec­ción en la ad­ver­si­dad, el es­cu­do que nos pre­ser­va de los asal­tos del ma­ligno. Ca­mi­na con no­so­tros en las prue­bas a fin de que al­can­ce­mos el re­fu­gio de paz. Le­ván­ta­nos cuan­do es­te­mos en tie­rra bajo el peso de nues­tros pe­ca­dos y trans­gre­sio­nes. Re­afir­ma nues­tro co­ra­je cuan­do va­ci­le­mos a causa de la de­bi­li­dad de nues­tras re­so­lu­cio­nes. Lí­bra­nos por tu po­de­ro­sa in­ter­ce­sión de la men­ti­ra, de la hi­po­cre­sía y de la va­na­glo­ria. Tras­pa­sa con tu es­pa­da de fuego las raí­ces pro­fun­das que nues­tras iniqui­da­des han plan­ta­do en nues­tras almas. Sé el guar­dián sem­pi­terno y pre­sen­te de nues­tra vida, a fin de que, pro­te­gi­dos por tu santa guar­dia, y san­ti­fi­ca­dos por la som­bra lu­mi­no­sa de tus alas, lle­gue­mos al Reino del Padre, del Hijo y del Es­pí­ri­tu Santo, a quie­nes per­te­ne­ce todo honor y glo­ria, por los si­glos de los si­glos. Amén.

Tro­pa­rio, tono 4

Arcán­ge­les de las hues­tes ce­les­tia­les, no­so­tros los pe­ca­do­res os su­pli­ca­mos que por vues­tras ora­cio­nes, nos cu­bráis bajo las alas de vues­tra glo­ria in­ma­te­rial, para que guar­dán­do­nos, os ex­cla­me­mos: li­be­rad­nos de los apu­ros, ya que sois los pri­me­ros entre los ran­gos de las hues­tes ce­les­tia­les.

Kon­ta­kion, tono 2

Arcán­ge­les de Dios, ser­vi­do­res de la glo­ria di­vi­na, jefes de los án­ge­les y maes­tros de los hom­bres, pedid lo que es bueno para no­so­tros y la mi­se­ri­cor­dia di­vi­na, ya que sois miem­bros de las hues­tes ce­les­tia­les.

Aca­tis­to al Santo Ar­cán­gel Mi­guel, Prín­ci­pe de la Mi­li­cia Ce­les­tial en Es­pa­ñol
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